lunes, 5 de agosto de 2013

Las Vegas.

Un velo barato, con algún que otro agujero, cubre mi cara, probablemente el maquillaje que me quede será una especie de borrón en mi cara, el pelo, más de lo mismo, cae en tirabuzones sobre mi rostro, no tengo vestido de novia, es el mismo con el que salí al principio de la noche, negro, ajustado, simple, no tenía grandes expectativas para este día por lo que no me comí la cabeza pensando en el modelito. Apenas conozco a mi acompañante, lo poco que sé de él es que es muy generoso invitando a copas, y tiene un gran poder de convicción, gracias a él, me encuentro en una pequeña capilla blanca, destartalada, con un Elvis bastante desmejorado, como casamentero. Hay dos mujeres rubias, entradas en años ya, a las que tampoco conozco, con cestas llenas de pétalos de rosas, el único detalle "romántico" de lo que parece ser mi boda. Mi futuro marido, me mira y me toma la mano, me está poniendo un cutre anillo de un color parecido al dorado en el dedo anular, creo que yo debería hacer lo mismo, pero en el intento no atino y cae al suelo, se encarga él mismo de ponérselo mientras me agarra la cadera y me acerca inquisitivamente hacia él diciéndome "ahora eres mía".
Durante el camino al hotel de nuestra fugaz luna de miel, hace varios intentos de quitarme la poca ropa que llevo ante los ojos del taxista, incluso le llega a ofrecer que se nos una, yo, no hablo, no me salen las palabras y es que creo que me invito a algo más que alcohol en la discoteca.
Llegamos a nuestro destino, en medio de la nada, habitación 125, abre la puerta con la llave todo lo deprisa que puede, me empuja dentro de la habitación, con demasiada fuerza, me tira en la cama y me arranca el vestido, me dice cuánto me desea, pero, mi atracción hacia él no se puede decir que sea recíproca.
Sus ojos me recorren, de arriba a abajo, se mueve como por impulsos eléctricos, me besa, me acaricia, su boca entra hacia mi paladar, fija sus ojos en los míos, me hace mantenerle la mirada y entonces, encuentra el punto del deseo y me hace suya, nunca había experimentado tanta brutalidad carnal.
Cuando se cansa, me retira cual desecho, se da la vuelta y al instante oigo sus ronquidos, me siento utilizada como una prostituta, me tiembla el pulso y las manos, me duele la piel al tocarme, algún arañazo de la espalda ha comenzado a sangrar ya. Me levanto de la cama, me visto con lo que queda de mi vestido, cojo el bolso y salgo al pasillo que da a las demás habitaciones. Me siento agarrando mis rodillas en el gélido suelo, divago entre pensamientos aleatorios y sin sentido para tranquilizarme hasta que llego a ti, tenía que ser el día, el primer día en que me puse a pensar fríamente en mi situación, busco en el bolso las fotos que había guardadas en un sobre aún sin abrir, hoy es el día en que me he atrevido a volver a verte y sentir ese abismo en mi corazón, a rememorar momentos que me gustaría borrar pero se han marcado a fuego en mi piel, porque eso eres tú, una quemadura en mi, a veces, ni siquiera te siento, y otras, permaneces latente, recordándome tu calor y que siempre has estado ahí, que, por mucho hielo que ponga, siempre resurgirás y volverás a abrasar mi piel, dejando huella de por vida.
Escogí el camino equivocado, caí, y aunque odie decirlo, siempre dependeré de un hombre para vivir, para ser feliz, triste, ¿verdad? Ahora estoy destinada a ser la puta de un camello de discoteca, quién sabe cuál será mi próximo papel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario