lunes, 18 de marzo de 2013

Descompasados


Unos días estamos tan alto y otros a la altura del suelo, a veces nos sentimos los reyes del mundo y otras, esclavos de los recuerdos. Mentiras, confusión, errores, sentimientos, y, cuando se produce la explosión, de alguna manera nos salpica, y, cuando parece que nada puede ir peor, aparece aquella razón que nos hace seguir, aunque, con fecha de caducidad.
Bailaban sobre el tejado descalzos; su canción, la voz rasgada del cantante marca los pasos, y  el piano cubre el ruido del silencio, él, se acerca a su oído, y le canta la canción que está sonando, la que compuso para la chica a la que ama, la que supuso el inicio de su primer "para siempre" ella sonríe, él, adora cada una de sus sonrisas, y daría lo que fuera por verlas cada día de su vida, su voz es dulce y la envuelve, en ese momento sólo existen ellos, juegan a hacer equilibrismo sobre la cornisa, a abrazarse, a besarse, ella acaricia su pelo ensortijado mientras él la mira enamorado, alguien desde la terraza les observa, el humo de su cigarro forma un poema grisáceo.
Cuando cae la noche, se abrazan para mantener el calor, veían las letras de neón de los clubes de la ciudad, constelaciones de gente que escapa de ese lugar, no quieren aterrizar, quieren seguir viviendo en ese permanente sueño, habían escapado, lo habían apostado todo por ellos, y con las nubes como testigo gritaron su amor, ya no tenían que esconderse, no tenían que imaginarse, podían ver el mundo de otra manera, parecía que el viento estaba a su favor. Atrapados en las redes de un cuento de hadas, su mundo se rompió y llegó la realidad, donde, los finales felices son tan frágiles, que, con un solo aliento, se desvanecen. Querían huir de la verdad, pero sólo estaban huyendo de ellos, de quienes eran realmente, y, bajo el manto de la noche, tomaron una decisión, la decisión de no prorrogar la muerte de ninguno de ellos en vida sin el otro. Aún con los trajes de baile, suben juntos a la cornisa, y con el sol rayando el cielo, saltan.
Ahora, se muestra tan frío, tan distante, le duele, ver que mira a través de ella, que no es capaz de recordarla, no sirvieron de nada sus "para siempre", sí, ahora ella también los odia, es más, le odia a él, por dejarla sola cuando le prometió que nunca la abandonaría. Su vida depende de una máquina que le hace respirar, todos los días, va a su habitación en el hospital y le pone una rosa fresca, como las que él le regalaba, todos los días durante setenta años, no ha vuelto a amar, y su sonrisa, aunque sea amarga, perdura, se acuesta al lado de su amado, y aguarda a la muerte sabiendo que dentro de poco volverán a reunirse.